El pintor Felipe Santiago Gutierrez es considerado el pintor que cierra el siglo XlX.
Otras formas de pintar se gestaba al interior de la Academia. Expresaba a veces tendencias mas realistas, o bien decorativas, espontaneas, o más individualistas, que convergieron en la irrupción del Modernismo (1890-1920)
Jose María Jara pinta el
cuadro llamado velorio en el cual podemos ver las vivencias cotidianas de los
indios. 30 años después Garduño pinta el cuadro de un indio donde vemos surgir
de nuevo este tema. Diego rivera muestra al indio de forma heroica en el mural
llamado nacimiento de la conciencia de clase.
Pintura el Velorio
Autor José María Jara
Año de realización 1890
https://tahitiandana.wordpress.com/2013/09/02/el-velorio-de-jose-maria-jara/
Se le considera la primera pintura del modernismo, ya no se pintan fantasías de la historia con falsos estereotipos, se comienza a representar lo que verdaderamente pasa.
Escultores mexicanos, estudiantes de Francia traen la tendencia de las escuelturas de mujeres, mostrando un aspecto sensual y muy innovador que cautivo a México.
Auguste Rodin el escultor mas importante de Francia
Es así como se logran liberar formas de expresión con el cuerpo humano, Méxcio se llena de poetas líricos, metafóricos, cargados de imágenes.
Gutierraz Najera poeta destcado, Ruben Dario logra inaugurar literatura en México, y el poeta mas importante de este tiempo en la sección modernista es Ramón López Velarde.
Cien años después de la revista Iris, México logra deleitarse de gran variedad de revistas y todo articulo de impresión.
Ya para 1930, el país tiene un impacto en tanto al diseño gráfico, ya que con la impresora existe enorme variedad de este tipo. Impulsándose de la poesía logra desbordarse algo impresionante.
Felix Bernardelli fue un pintor Brasileño, que se convirtió en maestro del país Mexicano, desbordando en sus alumnos hermosas e impresionantes tecnicas, que llevaron a sus alumnos a crear impresionantes obras.
Pintores modernistas mexicanos:
Ernesto Julio Ruelas
German Gedovius
Zárraga
Saturnino Herrán ( Iniciador de la escuela de pintura)
Diego Rivera
Marius Desayas (Exiliado en Estados Unudos)
El
siglo XIX será para el arte valenciano un periodo de fecunda producción por
estar repleto de personalidades de primera magnitud que encontrarán eco en el
panorama plástico del momento, calificado como “el nuevo siglo de oro de la
pintura valenciana“.
Museo de Bellas Artes de Valencia.
Sala Ignacio Pinazo.
Ese
conjunto de artistas, con su peculiar forma de pintar, constituirán una escuela
coherente y bien definida, que contribuye decisivamente a la renovación de las
artes pictóricas españolas decimonónicas. Su principal aportación estriba en la
captación instantánea y lumínica de las cosas, desarrollando para ello una
peculiar técnica de pequeñas pinceladas individualizadas y manchas de color,
unidas a una ejecución rápida, que en algunos casos parece tener como resultado
un aspecto abocetado o inconcluso. Esta apariencia visual ha motivado que
popularmente se les conozca como “escuela impresionista valenciana“,
expresión quizá incorrecta, por ser en realidad ajena a los planteamiento
filosófico de la pintura impresionista. Su principal preocupación es captar
efectos lumínicos, de ahí que resulte más correcto llamarlos pintores
luministas, plenairistas o instantistas.
Una dominante en todos ellos es que cuentan con una trayectoria profesional común. Se forman en la conservadora Academia de San Carlos, en Valencia, para posteriormente disfrutar de una pensión de la Diputación en Roma o París, en donde no sólo amplían estudios, sino que contactan con las corrientes artísticas europeas del momento, provocando en ellos un cambio sustancial en su manera de hacer. Finalmente coincidirán en los certámenes de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, obteniendo los primeros premios que los catapultan a la fama y al reconocimiento por parte de la sociedad madrileña, pero sin desvincularse de su tierra natal.
Por lo que respecta a la técnica y la temática ocurre exactamente lo mismo. Casi todos utilizarán el gran lienzo para concurrir a los concursos, pero es en los pequeños formatos donde consiguen los mejores logros de inmediatez luminosa a partir de una arrebatadora factura de manchas de color. Por otra parte, la temática de estas pinturas se diversifica muchísimo, pero en líneas generales responde al deseo de satisfacer la demanda de una clientela burguesa ajena a cualquier experimento o audacia compositiva. Entre los temas más cultivados destacan: la pintura de historia, obligatoria en los concursos nacionales; el elegante y refinado retrato; el paisaje como protagonista absoluto; la pintura de costumbres, que convertirá lo cotidiano y popular en motivo artístico; y finalmente la pintura religiosa, que desde su claro declive encuentra ahora un nuevo enfoque costumbrista combinado con el sentimiento religioso.
Los fondos de estos artistas que posee el Museo de Bellas Artes de Valencia corresponden, precisamente, a los trabajos de clase, siendo estos los menos espontáneos por estar sujetos a las condicionantes normas académicas; las pinturas como pensionados, en los que, si bien aun se aprecia el lastre de su formación, ya se apuntan las influencias que ejercen las corrientes europeas sobre ellos; y finalmente, las obras de su etapa madura, pudiéndose de este modo seguir la trayectoria pictórica de los artistas valencianos en el tránsito de los siglos XIX y XX.
Esta escuela se asienta en la obra de cuatro artistas señeros: Francisco Domingo Marqués, Ignacio Pinazo Camarlench, José Benlliure Gil y Joaquín Sorolla Bastida.
Una dominante en todos ellos es que cuentan con una trayectoria profesional común. Se forman en la conservadora Academia de San Carlos, en Valencia, para posteriormente disfrutar de una pensión de la Diputación en Roma o París, en donde no sólo amplían estudios, sino que contactan con las corrientes artísticas europeas del momento, provocando en ellos un cambio sustancial en su manera de hacer. Finalmente coincidirán en los certámenes de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, obteniendo los primeros premios que los catapultan a la fama y al reconocimiento por parte de la sociedad madrileña, pero sin desvincularse de su tierra natal.
Por lo que respecta a la técnica y la temática ocurre exactamente lo mismo. Casi todos utilizarán el gran lienzo para concurrir a los concursos, pero es en los pequeños formatos donde consiguen los mejores logros de inmediatez luminosa a partir de una arrebatadora factura de manchas de color. Por otra parte, la temática de estas pinturas se diversifica muchísimo, pero en líneas generales responde al deseo de satisfacer la demanda de una clientela burguesa ajena a cualquier experimento o audacia compositiva. Entre los temas más cultivados destacan: la pintura de historia, obligatoria en los concursos nacionales; el elegante y refinado retrato; el paisaje como protagonista absoluto; la pintura de costumbres, que convertirá lo cotidiano y popular en motivo artístico; y finalmente la pintura religiosa, que desde su claro declive encuentra ahora un nuevo enfoque costumbrista combinado con el sentimiento religioso.
Los fondos de estos artistas que posee el Museo de Bellas Artes de Valencia corresponden, precisamente, a los trabajos de clase, siendo estos los menos espontáneos por estar sujetos a las condicionantes normas académicas; las pinturas como pensionados, en los que, si bien aun se aprecia el lastre de su formación, ya se apuntan las influencias que ejercen las corrientes europeas sobre ellos; y finalmente, las obras de su etapa madura, pudiéndose de este modo seguir la trayectoria pictórica de los artistas valencianos en el tránsito de los siglos XIX y XX.
Esta escuela se asienta en la obra de cuatro artistas señeros: Francisco Domingo Marqués, Ignacio Pinazo Camarlench, José Benlliure Gil y Joaquín Sorolla Bastida.
Francisco Domingo Marqués.
Un lance del siglo XVII
Lienzo, mediados del siglo XIX.
Un lance del siglo XVII
Lienzo, mediados del siglo XIX.
http://www.cult.gva.es/mbav/data/es06031.htm
Francisco
Domingo Marqués es el iniciador de las audacias técnicas en la
pintura decimonónica valenciana. De los cuadros que posee el Museo destacan
aquellos de temática histórica como El Beato Juan de Ribera en la expulsión
de los moriscos o los meramente anecdóticos como Lance en el siglo XVII,
escena de mosqueteros que junto con las de tabernas y andaluzas de esquemas
fáciles le granjearon el éxito. En los retratos reduce la paleta cromática y
consigue unos matices de clara filiación goyesca visibles en el Retrato de
Manuel Ruiz Zorrilla y en el Retrato de Carmen Cervera. Posiblemente
sea su pintura religiosa la que mayor gloria le ha dado con obras de primer
orden como Santa Clara y San Mariano, en las que se aprecia la
necesidad que tiene el artista de beber de las fuentes barrocas de Ribera y
Velázquez para transmitir la piedad en el siglo XIX.
Francisco Domingo Marqués.
Santa Clara.
Lienzo, 1869.
Santa Clara.
Lienzo, 1869.
Joaquín
Sorolla.
Retrato de D. Amalio Gimeno.
Lienzo, 1919.
Retrato de D. Amalio Gimeno.
Lienzo, 1919.
La
temática más usual en Sorolla son las escenas marineras y costumbristas, de las
que el Museo cuenta con escasa representación, al margen de dos pequeñas
marinas del Puerto de Valencia y Playa de Valencia. Pescadoras,
en las juega con unas sugestivas luces y sombras que contribuyen a hacer honor
a la fama del pintor; respecto al otro tema, el de escenas costumbristas,
destaca la obra en la que nos muestra a sus dos hijas configurando una Grupa
valenciana, en la que consigue mayores audacias en el tratamiento del
color. Por otra parte también hay obras de temática menos conocida, como la
producción religiosa en La Virgen María, o las escenas bucólicas como La
bacante, con la que se suma a los gustos orientalistas.
Joaquín Sorolla.
Puerto de Valencia.
Lienzo, hacia 1882.
Puerto de Valencia.
Lienzo, hacia 1882.
Joaquín Sorolla.
Grupa valenciana.
Lienzo, 1906.
Grupa valenciana.
Lienzo, 1906.
Mención especial requiere el pintor Antonio Muñoz
Degrain, del que el Museo conserva una nutrida muestra de su obra
donada por él mismo. Injustamente valorado hasta fechas recientes por la
crítica, su pintura responde a un temperamento e inquietud, que se refleja en
las ambiciones plásticas y expresivas, fruto de una visión personal surgida de
sus constantes viajes y su sentido romántico de la vida. Esa óptica visual le
permitirá interpretar los temas históricos y literarios como una gran escena
teatral, los paisajes como una naturaleza desbocada e infinita, y los sucesos
reales como una fantasía irreal. Dentro de su producción hay que destacar un
pequeño cuadrito de juventud, de corte académico, con el tema costumbrista de
una Lavandera. Alrededores de Valencia, en el que con una visión en
picado consigue una amplitud de campo que preconiza su futuro arte.
Posteriormente se iniciará en la pintura de historia, que tanta fama le otorgó
en las exposiciones de bellas artes, y que está representada por bocetos de
pequeño formato como Otelo y Desdémona; para, posteriormente, dedicarse
a sus temas favoritos: la pintura paisajística de amplio espectro como Desfiladero
de los Gaitanes; la de temática oriental, fruto de sus constantes viajes a
Extremo Oriente, en La gruta de los profetas; los paisajes calmados,
llenos de melancolía, romanticismo y simbolismo reflejados en Estanque,
hojas caídas y cisnes, o aquellos otros en los que prima el drama, como en Amor
de madre; y la religiosa de Jesús en el lago Tiberiades, que es más
una excusa para su visión paisajística y lumínica de la pintura, que para
transmitir un sentimiento espiritual. Fue un artista que abordó un gran abanico
de temas en los que prima sobre todas las cosas su visión personal.
Antonio
Muñoz Degraín.
Amor de madre.
Lienzo, 1912 – 1913.
Amor de madre.
Lienzo, 1912 – 1913.
Pero
el panorama valenciano del siglo XIX va más allá de estos pintores, y se
adentrará en el siglo XX sin grandes cambios, amparándose, la mayoría de las
veces, en el prestigio y estela de los maestros anteriormente citados,
manteniéndose ausentes de las transformaciones acaecidas en la pintura
contemporánea española. En esta línea están representados Salvador
Martínez Cubells con un cuadro de historia titulado La vuelta del
torneo, o el gran lienzo de Enrique
Martínez Cubells, que lleva por lema Trabajo descanso, familia;
además de Joaquín Agrasot,
cuyo atrevimiento le indujo a pintar un boceto de Desnudo de mujer, que
le serviría para su Baco joven, en una época en la que predominaban las
academias masculinas; o Emilio Sala Francés, que si bien en obras como el
introspectivo Retrato de Doña Ana Colin y Perinat pone en evidencia su
admiración por lo velazqueño, será en su Florista o en el Retrato de
joven donde haga alarde del dominio del color y la factura rápida característica
de la escuela valenciana, aunque bien atento a la norma.
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