jueves, 2 de marzo de 2017

PINTURA A FINALES DEL S.XlX Y COMIENZOS DEL S. XX


Con la Escuela Nacional de Bellas Artes se pinta al indio de una forma contraria al pasado ya no se ve como el esclavo, y el héroe caído que se estipulaba, se levanta la pintura representando momentos importantes del país, o bien se retrata al poder, sus discursos y personajes.
El pintor Felipe Santiago Gutierrez es considerado el pintor que cierra el siglo XlX.
Otras formas de pintar se gestaba al interior de la Academia. Expresaba a veces tendencias mas realistas, o bien decorativas, espontaneas, o más individualistas, que convergieron en la irrupción del Modernismo (1890-1920)

Jose María Jara pinta el cuadro llamado velorio en el cual podemos ver las vivencias cotidianas de los indios. 30 años después Garduño pinta el cuadro de un indio donde vemos surgir de nuevo este tema. Diego rivera muestra al indio de forma heroica en el mural llamado nacimiento de la conciencia  de clase.

Pintura el Velorio 
Autor José María Jara 
Año de realización 1890
https://tahitiandana.wordpress.com/2013/09/02/el-velorio-de-jose-maria-jara/

Se le considera la primera pintura del modernismo, ya no se pintan fantasías de la historia con falsos estereotipos, se comienza a representar lo que verdaderamente pasa.  

Escultores mexicanos, estudiantes de Francia traen la tendencia de las escuelturas de mujeres, mostrando un aspecto sensual y muy innovador que cautivo a México. 


Auguste Rodin el escultor mas importante de Francia  

Es así como se logran liberar formas de expresión con el cuerpo humano, Méxcio se llena de poetas líricos, metafóricos, cargados de imágenes. 

Gutierraz Najera poeta destcado, Ruben Dario logra inaugurar literatura en México, y el poeta mas importante de este tiempo en la sección modernista es Ramón López Velarde. 


Cien años después de la revista Iris, México logra deleitarse de gran variedad de revistas y todo articulo de impresión. 


Ya para 1930, el país tiene un impacto en tanto al diseño gráfico, ya que con la impresora existe enorme variedad de este tipo. Impulsándose de la poesía logra desbordarse algo impresionante.

Felix Bernardelli fue un pintor Brasileño, que se convirtió en maestro del país Mexicano, desbordando en sus alumnos hermosas e impresionantes tecnicas, que llevaron a sus alumnos a crear impresionantes obras.   

Pintores modernistas mexicanos:
Ernesto Julio Ruelas
German Gedovius
Zárraga
Saturnino Herrán ( Iniciador de la escuela de pintura)
Diego Rivera
Marius Desayas (Exiliado en Estados Unudos)


El siglo XIX será para el arte valenciano un periodo de fecunda producción por estar repleto de personalidades de primera magnitud que encontrarán eco en el panorama plástico del momento, calificado como “el nuevo siglo de oro de la pintura valenciana“.


Museo de Bellas Artes de Valencia. Sala Ignacio Pinazo.
Ese conjunto de artistas, con su peculiar forma de pintar, constituirán una escuela coherente y bien definida, que contribuye decisivamente a la renovación de las artes pictóricas españolas decimonónicas. Su principal aportación estriba en la captación instantánea y lumínica de las cosas, desarrollando para ello una peculiar técnica de pequeñas pinceladas individualizadas y manchas de color, unidas a una ejecución rápida, que en algunos casos parece tener como resultado un aspecto abocetado o inconcluso. Esta apariencia visual ha motivado que popularmente se les conozca como “escuela impresionista valenciana“, expresión quizá incorrecta, por ser en realidad ajena a los planteamiento filosófico de la pintura impresionista. Su principal preocupación es captar efectos lumínicos, de ahí que resulte más correcto llamarlos pintores luministas, plenairistas o instantistas.
Una dominante en todos ellos es que cuentan con una trayectoria profesional común. Se forman en la conservadora Academia de San Carlos, en Valencia, para posteriormente disfrutar de una pensión de la Diputación en Roma o París, en donde no sólo amplían estudios, sino que contactan con las corrientes artísticas europeas del momento, provocando en ellos un cambio sustancial en su manera de hacer. Finalmente coincidirán en los certámenes de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, obteniendo los primeros premios que los catapultan a la fama y al reconocimiento por parte de la sociedad madrileña, pero sin desvincularse de su tierra natal.
Por lo que respecta a la técnica y la temática ocurre exactamente lo mismo. Casi todos utilizarán el gran lienzo para concurrir a los concursos, pero es en los pequeños formatos donde consiguen los mejores logros de inmediatez luminosa a partir de una arrebatadora factura de manchas de color. Por otra parte, la temática de estas pinturas se diversifica muchísimo, pero en líneas generales responde al deseo de satisfacer la demanda de una clientela burguesa ajena a cualquier experimento o audacia compositiva. Entre los temas más cultivados destacan: la pintura de historia, obligatoria en los concursos nacionales; el elegante y refinado retrato; el paisaje como protagonista absoluto; la pintura de costumbres, que convertirá lo cotidiano y popular en motivo artístico; y finalmente la pintura religiosa, que desde su claro declive encuentra ahora un nuevo enfoque costumbrista combinado con el sentimiento religioso.
Los fondos de estos artistas que posee el Museo de Bellas Artes de Valencia corresponden, precisamente, a los trabajos de clase, siendo estos los menos espontáneos por estar sujetos a las condicionantes normas académicas; las pinturas como pensionados, en los que, si bien aun se aprecia el lastre de su formación, ya se apuntan las influencias que ejercen las corrientes europeas sobre ellos; y finalmente, las obras de su etapa madura, pudiéndose de este modo seguir la trayectoria pictórica de los artistas valencianos en el tránsito de los siglos XIX y XX.
Esta escuela se asienta en la obra de cuatro artistas señeros: Francisco Domingo Marqués, Ignacio Pinazo Camarlench, José Benlliure Gil y Joaquín Sorolla Bastida.

Francisco Domingo Marqués.
Un lance del siglo XVII
Lienzo, mediados del siglo XIX.

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http://www.cult.gva.es/mbav/data/es06031.htm

Francisco Domingo Marqués es el iniciador de las audacias técnicas en la pintura decimonónica valenciana. De los cuadros que posee el Museo destacan aquellos de temática histórica como El Beato Juan de Ribera en la expulsión de los moriscos o los meramente anecdóticos como Lance en el siglo XVII, escena de mosqueteros que junto con las de tabernas y andaluzas de esquemas fáciles le granjearon el éxito. En los retratos reduce la paleta cromática y consigue unos matices de clara filiación goyesca visibles en el Retrato de Manuel Ruiz Zorrilla y en el Retrato de Carmen Cervera. Posiblemente sea su pintura religiosa la que mayor gloria le ha dado con obras de primer orden como Santa Clara y San Mariano, en las que se aprecia la necesidad que tiene el artista de beber de las fuentes barrocas de Ribera y Velázquez para transmitir la piedad en el siglo XIX.

 

Francisco Domingo Marqués.
Santa Clara.
Lienzo, 1869.
Resultado de imagen para Francisco Domingo Marqués santa claraIgnacio Pinazo Camarlench es posiblemente el más atrevido de todos, pues a través de sabias y oportunas manchas de color supo transferir a sus obras un aire inacabado, basado en la sugerencia, como se ve en el retrato de su hijo vestido de Monaguillo tocando la zambomba. Pero en realidad ese espíritu de libre pincelada lo que pretende es reflejar una constante en la pintura valenciana decimonónica como es la luz, así realizará cuadros como Interior de alquería valenciana, de la que llama poderosamente la atención el efecto lumínico del sol filtrándose por el jardín de la casa e inundando toda la estancia. Por otra parte destacan sus retratos en los que gusta ensuciar el color, empastar las formas y dejar como inconclusas sus obras, si bien es capaz, mejor que nadie, de reflejar la psicología del personaje, como acontece con el Retrato del Conde Guaki; pero no siempre tendrá ese resultado como se aprecia en el refinado Retrato de Teresa Martínez, esposa del pintor, o en su Autorretrato. Por otra parte, y muy significativos en su producción, son las pinturas de niños, como El guardavía, en el que refleja a un niño metido en el papel de jefe de estación ferroviaria. De las obras que el Museo expone actualmente llama la atención sus cuadritos de pequeño formato, pues es en ellos donde el artista deja sus mejores lecciones de pintura, como en Clase de dibujo, en el que consigue encuadrar una gran escena en un parco espacio pictórico; Figura femenina sentada, en la que rehusa el bocetismo para recrearse más en el detalle; o en cuadritos de género, como Rosa, en el que una simple flor es capaz de conmover por su suelto tratamiento pictórico, colorido y efectos lumínicos sobre los pétalos.

Joaquín Sorolla.
Retrato de D. Amalio Gimeno.
Lienzo, 1919.
La temática más usual en Sorolla son las escenas marineras y costumbristas, de las que el Museo cuenta con escasa representación, al margen de dos pequeñas marinas del Puerto de Valencia y Playa de Valencia. Pescadoras, en las juega con unas sugestivas luces y sombras que contribuyen a hacer honor a la fama del pintor; respecto al otro tema, el de escenas costumbristas, destaca la obra en la que nos muestra a sus dos hijas configurando una Grupa valenciana, en la que consigue mayores audacias en el tratamiento del color. Por otra parte también hay obras de temática menos conocida, como la producción religiosa en La Virgen María, o las escenas bucólicas como La bacante, con la que se suma a los gustos orientalistas.

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Joaquín Sorolla.
Puerto de Valencia.
Lienzo, hacia 1882.

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Joaquín Sorolla.
Grupa valenciana.
Lienzo, 1906.
 
Mención especial requiere el pintor Antonio Muñoz Degrain, del que el Museo conserva una nutrida muestra de su obra donada por él mismo. Injustamente valorado hasta fechas recientes por la crítica, su pintura responde a un temperamento e inquietud, que se refleja en las ambiciones plásticas y expresivas, fruto de una visión personal surgida de sus constantes viajes y su sentido romántico de la vida. Esa óptica visual le permitirá interpretar los temas históricos y literarios como una gran escena teatral, los paisajes como una naturaleza desbocada e infinita, y los sucesos reales como una fantasía irreal. Dentro de su producción hay que destacar un pequeño cuadrito de juventud, de corte académico, con el tema costumbrista de una Lavandera. Alrededores de Valencia, en el que con una visión en picado consigue una amplitud de campo que preconiza su futuro arte. Posteriormente se iniciará en la pintura de historia, que tanta fama le otorgó en las exposiciones de bellas artes, y que está representada por bocetos de pequeño formato como Otelo y Desdémona; para, posteriormente, dedicarse a sus temas favoritos: la pintura paisajística de amplio espectro como Desfiladero de los Gaitanes; la de temática oriental, fruto de sus constantes viajes a Extremo Oriente, en La gruta de los profetas; los paisajes calmados, llenos de melancolía, romanticismo y simbolismo reflejados en Estanque, hojas caídas y cisnes, o aquellos otros en los que prima el drama, como en Amor de madre; y la religiosa de Jesús en el lago Tiberiades, que es más una excusa para su visión paisajística y lumínica de la pintura, que para transmitir un sentimiento espiritual. Fue un artista que abordó un gran abanico de temas en los que prima sobre todas las cosas su visión personal.



Antonio Muñoz Degraín.
Amor de madre.
Lienzo, 1912 – 1913.


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Pero el panorama valenciano del siglo XIX va más allá de estos pintores, y se adentrará en el siglo XX sin grandes cambios, amparándose, la mayoría de las veces, en el prestigio y estela de los maestros anteriormente citados, manteniéndose ausentes de las transformaciones acaecidas en la pintura contemporánea española. En esta línea están representados Salvador Martínez Cubells con un cuadro de historia titulado La vuelta del torneo, o el gran lienzo de Enrique Martínez Cubells, que lleva por lema Trabajo descanso, familia; además de Joaquín Agrasot, cuyo atrevimiento le indujo a pintar un boceto de Desnudo de mujer, que le serviría para su Baco joven, en una época en la que predominaban las academias masculinas; o Emilio Sala Francés, que si bien en obras como el introspectivo Retrato de Doña Ana Colin y Perinat pone en evidencia su admiración por lo velazqueño, será en su Florista o en el Retrato de joven donde haga alarde del dominio del color y la factura rápida característica de la escuela valenciana, aunque bien atento a la norma.
 
 

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